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ilustración de Mónica Andino

Ha de tenerse en cuenta el tamaño del libro. Si es delgado puede sujetarse con una sola mano e intentar su apertura con la otra. Pero si es voluminoso, será conveniente ponerlo sobre una superficie lisa o aún mejor, sobre un atril*.
Si alguna de las palabras, puede ser la palabra cerrar, se pone terca y no permite que lo abramos, tendremos que recurrir a una solución de emergencia, que consiste en acariciar el lomo del libro hasta que se vaya sosegando y suavemente ceda al deseo, abriéndose como los pétalos de una flor al sol. 
Una vez logrado este primer paso, debemos situarnos con él en un lugar con buena luz para no tener dificultades en encontrar algunas palabras (ejemplo: oscuro, diminuto, aguja). Y sobre todo alejados de las corrientes de aire, para evitar que una ráfaga pueda arrancar las hojas, especialmente en otoño.
Nunca debe abrirse con las tapas hacia arriba y las páginas hacia abajo, porque las letras podrían rodar por el suelo, desparramadas y caer, malheridas, en desuso.
Es posible que al manipularlo nos cortemos con alguna palabra de doble filo. Esto no debe hacernos temer los libros. En realidad, siguiendo con exactitud las instrucciones, no encierran ningún peligro; al contrario, son fuente inagotable de sensaciones que mejorarán nuestra vida.
Advertencia: si al abrirlo percibimos un olor raro, conviene comprobar que no esté escrito en una lengua muerta; la traducción entonces puede ser muy laboriosa y habría que pedir a la editorial nuevas instrucciones para interpretar las anteriores, o devolver el ejemplar.

La garantía de este producto es de doce siglos, tiempo en el que suelen caducar las lenguas.

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